El ambiente que rodea a Independiente Petrolero es de profunda inquietud. El conjunto chuquisaqueño se encuentra a la deriva, sin haber logrado una victoria en sus últimos seis encuentros de la División Profesional, una racha que lo sitúa peligrosamente cerca de la zona de descenso indirecto. Sin embargo, los desafíos trascienden el terreno de juego; internamente, la institución atraviesa una severa crisis que ya ha generado consecuencias directas.

El martes 8 de julio, Marcelo Robledo concluyó su tercera etapa como director técnico, presentando su dimisión tras reunirse con la cúpula directiva del club. Su salida se produce en un escenario sumamente adverso, marcado por contundentes reclamos públicos del plantel de futbolistas, quienes afirmaron estar compitiendo en condiciones ajenas a la profesionalidad esperada.

Según revelaciones hechas por los jugadores, apenas han percibido dos mensualidades en lo que va del año. Además, señalaron una notoria carencia de fondos para sus desplazamientos, una nutrición inapropiada y dificultades incluso para la indumentaria antes de los partidos. Esta situación, según lo descrito por el plantel, se asemeja más a las realidades operativas de un colectivo aficionado que a las de una entidad profesional.

Semanas atrás, Robledo ya había sopesado su renuncia, pero su intento inicial fue desestimado por la dirigencia, que argumentaba que el estratega contaba con el respaldo del grupo. No obstante, la incesante cadena de resultados desfavorables, sumada al creciente desgaste institucional, precipitó su cese definitivo.

El reciente revés frente a Bolívar no solo asestó un golpe significativo a la moral del equipo, sino que también evidenció una situación insostenible. Con el conjunto tambaleando en la clasificación y ante la ausencia de soluciones concretas por parte de la cúpula directiva, el Matador parece estar sumido en una profunda crisis de la que podría no emerger sin una reorganización integral