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“Porque me duele si me quedo, pero me muero si me voy. Por todo y a pesar de todo mi amor, yo quiero vivir en vos… Porque el idioma de infancia es un secreto entre los dos, porque le diste reparo al desarraigo de mi corazón”.
Así se expresaba la cantautora argentina María Elena Walsh en su “Serenata para la tierra de uno” (1968),  reflejando el dolor de quienes se ven obligados a dejar su tierra por diferentes causas, en el pasado  obligados a huir de las dictaduras militares, hoy obligados a huir de la intolerancia política de las nuevas dictaduras, de la extrema pobreza, la falta de empleo y muchas otras circunstancias que obligan a las personas a salir. Dejar la tierra, se lo hace muchas veces como un sueño de un futuro mejor, pero en verdad a veces puede convertirse en una dura pesadilla, donde los tratantes, traficantes de vidas o los llamados “coyotes”, roban, abusan, violan y hasta matan a quienes se pongan en su camino.
Para quienes nos reconocemos como “cristianos” o “creyentes” será bueno recordar lo que dice el libro de Éxodo 22:21 “No maltraten ni opriman al extranjero, porque ustedes también fueron extranjeros en Egipto”. Hay una honda experiencia de solidaridad nacida de una memoria de haber sido víctima.
Desde la relectura de este pasaje, habrá que invitar quienes se sienten superiores y con derechos de ser dueños de la tierra y de todo lo que hay en ella, a que por un momento se miren al espejo y reconozcan en sus rasgos que somos hijos, hijas, nietos y aún bisnietos de migrantes nacidos en tierras extrañas y lejanas, que crecimos en distintos lugares, pero somos habitantes de una Casa Común. Somos fruto de muchos forasteros que fueron y vinieron caminando con una carga de necesidades para hacer de las fronteras un espacio de convivencia común y no una barrera o un lugar de exclusión. 
Tal vez de ese modo paren de seguir construyendo tan entusiasmadamente muros, de poner rejas y alambrados con púas en las fronteras y sean más solidarios con quienes tienen que irse de sus amados terruños, con los rostros bañados en lágrimas, sufriendo con un estrés extremo, con un fuerte malestar emocional, en muchos casos sin poder hablar ni su idioma de infancia y por ende sin un reparo para el desarraigo de su corazón.
UN POCO DE SAL
VIRGINIA QUEZADA VALDA
Socióloga y biblista
viqueva@hotmail.com

FUENTE: www.opinion.com.bo/

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