La trayectoria política de Samuel Doria Medina y Jorge Quiroga se distingue por su persistente participación en las contiendas electorales a lo largo de las últimas décadas de la vida democrática boliviana. A pesar de sus múltiples intentos por alcanzar la presidencia, el triunfo en las urnas les ha sido esquivo. Su recurrente presencia en el escenario electoral suscita un análisis profundo sobre los desafíos que enfrentan los liderazgos que carecen de una estructura partidaria consolidada, así como la viabilidad de organizaciones políticas sin una militancia activa y arraigada.

Jorge Quiroga, quien ejerció la presidencia entre 2001 y 2002 tras el deceso de Hugo Banzer, ha procurado regresar al poder en diversas ocasiones. Su estrategia se ha caracterizado por la adopción de plataformas partidarias preexistentes, compitiendo bajo las siglas de Podemos en 2005, el Partido Demócrata Cristiano (PDC) en 2014 y la alianza Libre 21 en 2025. Este enfoque priorizó la conformación de coaliciones sobre la edificación de una estructura orgánica propia, lo que impidió la consolidación de una base partidaria perdurable.

Por su parte, Samuel Doria Medina optó por un camino distinto al fundar y liderar Unidad Nacional (UN), una formación política concebida en torno a su figura. Sus candidaturas presidenciales en 2009, 2014 y 2020, sin embargo, no lograron materializar el ascenso al poder. Tras la primera vuelta de la elección de 2025, admitió públicamente el resultado adverso. A pesar de haber designado a Elizabeth Reyes como jefa nacional, el manejo efectivo de la organización se mantuvo concentrado en su círculo íntimo, impidiendo que el partido se estableciera como una verdadera estructura de base con proyección nacional.

La contienda electoral de 2025 ofreció una señal adicional sobre esta dinámica. El propio presidente electo, Rodrigo Paz, se presentó bajo las siglas del Partido Demócrata Cristiano (PDC), una denominación histórica que, no obstante, carece de una militancia activa significativa. Este hecho subraya una constante en el sistema político boliviano: la instrumentalización de emblemas partidarios, la fragilidad de las organizaciones y la primacía de liderazgos que se apropian de etiquetas en lugar de forjar estructuras desde sus cimientos.

Tras más de cuatro décadas de vida democrática, persiste un patrón distintivo: formaciones políticas endebles, figuras personalistas que transitan por diversas plataformas y un sistema democrático que parece avanzar más por inercia que por una convicción arraigada en la solidez institucional. Las trayectorias de Quiroga y Doria Medina, aunque divergentes en su enfoque, convergen en una misma lectura: la ausencia de una organización política genuina condena las aspiraciones electorales a ser meramente coyunturales, y el electorado tiende a favorecer la oportunidad del momento por encima de propuestas de largo aliento

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