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El año 2025 marcó un hito significativo en la trayectoria democrática de Bolivia, culminando con la elección de Rodrigo Paz Pereira. Su victoria, obtenida a través de una segunda vuelta electoral sin precedentes, no solo lo estableció como el primer presidente elegido por este mecanismo, sino también como el primer político en alcanzar la máxima magistratura en su primera postulación. Nacido en Santiago de Compostela en 1967, una circunstancia derivada del exilio de su padre, el expresidente Jaime Paz Zamora, durante el régimen autoritario del General René Barrientos Ortuño, su ascenso a la presidencia se inscribe en un contexto de profunda resonancia histórica.

En la noche del 19 de octubre de 2025, pocos minutos después de las ocho, la autoridad electoral suprema anunció los resultados preliminares de la definición presidencial. En ese instante, Paz Pereira se convirtió en el primer ciudadano boliviano en ganar la presidencia mediante un sufragio complementario. Su primer discurso como presidente electo, pronunciado rodeado de su círculo familiar y los líderes de su partido, aunque sin la presencia de su compañero de fórmula, Edmand Lara, incluyó agradecimientos por las felicitaciones de diversos mandatarios, un reconocimiento al trabajo del tribunal electoral y una lamentación por la naturaleza divisiva que caracterizó la campaña.

La aplicación de una segunda vuelta representó un capítulo completamente nuevo en la práctica política boliviana. En elecciones anteriores, como las de 2009 y 2014, Evo Morales había obtenido mayorías contundentes, haciendo innecesaria esta instancia. El año 2019, sin embargo, estuvo a punto de estrenar este mecanismo, con datos oficiales que sugerían una contienda entre Morales y Carlos Mesa. No obstante, una interrupción en la transmisión de resultados, seguida de un prolongado silencio de 24 horas, alteró las tendencias y generó controversia al intentar evitar la votación complementaria. Los acontecimientos de 2019, ampliamente cuestionados por misiones de observación internacional y que derivaron en masivas protestas y la renuncia de la entonces cúpula de gobierno, dejaron una huella indeleble en la conciencia política nacional.

Durante gran parte del siglo XX y los albores del XXI, los presidentes bolivianos no eran elegidos por una mayoría popular directa, sino por una asamblea legislativa fragmentada, que actuaba como árbitro y escenario de pactos. Desde el retorno a la democracia en 1982, ninguna elección general había otorgado mayorías absolutas. Las alianzas post-electorales se convirtieron en el factor determinante. Víctor Paz Estenssoro regresó al poder en 1985 no por la magnitud de su victoria, sino por un acuerdo con adversarios políticos. En 1989, un pacto inusual entre Hugo Banzer y Jaime Paz Zamora, quien había ocupado el segundo lugar en las urnas, llevó a este último a la presidencia, en un proceso de negociaciones que entrelazó poder e intereses. Este patrón se repitió en diversas ocasiones, como en 1993 con Gonzalo Sánchez de Lozada y en 1997 con Hugo Banzer. Incluso en 2002, el parlamento eligió a Sánchez de Lozada sobre Evo Morales, a pesar de una diferencia mínima en el voto popular. Cada decisión parlamentaria reflejaba las correlaciones de fuerza, no la voluntad ciudadana, lo que generaba una percepción de que la política era un tablero de negociación de cargos y privilegios. La desconexión entre el voto popular y el poder real contribuyó a episodios de inestabilidad, como los sucesos de octubre de 2003.

Un punto de inflexión decisivo ocurrió en 2005, cuando Evo Morales Ayma ganó con el 53,74% de los votos, la primera mayoría absoluta desde 1982. Este resultado eliminó la necesidad de una decisión congresal y marcó el inicio de una nueva era política, caracterizada por mandatos populares contundentes y la consolidación del Estado Plurinacional. La Constitución de 2009, piedra angular de esta transformación, estableció la segunda vuelta presidencial como una garantía de legitimidad.

Paradójicamente, a pesar de su consagración constitucional, este instrumento democrático tardó dieciséis años en ser utilizado. Ni en 2009, ni en 2014, ni siquiera en el controvertido 2019, fue necesaria una segunda vuelta, ya que los presidentes subsiguientes, incluyendo a Luis Arce en 2020, continuaron obteniendo mayorías en la primera ronda. Fue solo en 2025, en un escenario de fragmentación del voto y reconfiguración del mapa político, que el país finalmente se enfrentó a esta definición en segunda instancia, poniendo a prueba reglas que habían estado escritas por años.

El triunfo de Rodrigo Paz Pereira, por lo tanto, representa más que una simple elección reñida; es el cierre de una etapa y la consolidación de un principio. Por primera vez, la segunda vuelta sirvió para dirimir un liderazgo con plena legitimidad, sin la intervención de pactos ocultos ni decisiones parlamentarias. El ciudadano se erigió, finalmente, como el único árbitro. El 19 de octubre de 2025 quedará grabado en la memoria nacional como la jornada en que Bolivia completó su transición de una república de acuerdos a una democracia de mayorías. Sin épicas militares ni discursos grandilocuentes, el país demostró, tras siglos de inestabilidad, que el poder legítimo emana de la voluntad soberana de su pueblo. Esa noche, con la confirmación de los resultados y la declaración de Rodrigo Paz como presidente electo, Bolivia escribió una página inédita de su historia democrática: aquella en la que el poder se conquista, al fin, con el voto limpio, directo y soberano de su gente

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