En un encuentro amistoso disputado en Tokio, la selección boliviana enfrentó a Japón, equipo que impuso su superioridad técnica y velocidad para lograr un contundente triunfo por 3-0. La estrategia planteada por el cuerpo técnico boliviano, basada en un esquema 4-2-3-1 con la intención de dominar el mediocampo, no logró contener el ritmo ni la precisión del conjunto asiático, que se adueñó del control del partido desde el inicio.
El mediocampo boliviano, conformado por dos volantes de contención, no pudo hacerse con el control del juego, permitiendo que jugadores japoneses como Kamada, Endo, Minamino y Kubo marcaran el ritmo y dictaran los tiempos del encuentro. Esta situación generó una desconexión notable entre los volantes defensivos y los ofensivos, quienes quedaron aislados y sin el soporte necesario para generar oportunidades de gol.
En las bandas, la velocidad y desequilibrio de los futbolistas nipones se hicieron evidentes. Los laterales y extremos japoneses superaron con frecuencia a sus marcadores bolivianos, generando constantes situaciones de peligro. La defensa nacional no logró ajustar ni en marca ni en cobertura, lo que facilitó las transiciones rápidas que culminaron en goles para Japón.
El delantero boliviano Enzo Monteiro se encontró aislado durante gran parte del partido, recibiendo escasas y poco precisas asistencias desde el mediocampo, lo que limitó sus opciones ofensivas y lo dejó en una posición de lucha individual contra la defensa rival. La ausencia de un jugador que condujera y organizara el juego desde el centro del campo fue una carencia evidente, aunque la entrada de Robson Matheus en la segunda mitad aportó cierta mejora en el manejo del balón, no fue suficiente para equilibrar la intensidad japonesa.
Este resultado no solo refleja una diferencia en el nivel futbolístico, sino que también pone en evidencia la necesidad de realizar ajustes profundos en la estructura y funcionamiento colectivo del equipo boliviano. La falta de presión efectiva en el mediocampo, la desconexión entre líneas y la carencia de un organizador en el juego son aspectos que requieren atención urgente.
De cara a los próximos compromisos amistosos y el repechaje para el Mundial 2026, será fundamental que la selección nacional trabaje en mejorar la coordinación defensiva, especialmente en las bandas, aumentar la intensidad física y definir con claridad un mediocampista que pueda articular el juego ofensivo. Solo a través de estas correcciones el equipo podrá competir con mayor eficacia y aspirar a alcanzar sus objetivos en la ruta hacia la Copa del Mundo


